EL AJO EN EL MUNDO ANTIGUO Y MEDIEVAL
Ya se ha comentado cómo, en el mundo antiguo, los egipcios apreciaban el ajo por sus virtudes gastronómicas además de por las terapéuticas. Estaban convencidos de que el ajo primero entre todas las plantas de bulbo ponía en contacto al hombre con las maravillas del mundo divino. Por esta razón los faraones se hacían sepultar con unas pequeñas esculturas de arcilla y de madera que representaban bulbos de ajo, destinadas a alegrar el paladar durante los banquetes ultraterrenos.
Los romanos, que amaban los banquetes más en la tierra que en el cielo, fueron prácticamente los auténticos inventores de la cocina mediterránea, que se difundió luego en todos los continentes.
En Roma, los platos más famosos eran aquellos que se llamaban estimulantes, ya que nunca faltaba el aroma atrayente y energético del ajo, con su característico sabor caliente y picante.
Desde entonces ha ido convalidándose la noción del buen comensal que ama la buena cocina y no se sienta a la mesa sólo para comer.
El perfecto comensal es un amante de la naturaleza y de la vida, obviamente incapaz de saborear un primer plato o un segundo si no nota el toque mágico e inconfundible del famoso bulbo aromático.
El interés para el ajo en la cocina ha ido aumentando durante los siglos, hasta entrar en la leyenda como condimento universal. Las normas de la Escuela de Salerno lo colocaron justamente en el primer puesto entre los ingredientes básicos para obtener una buena salsa.
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